miércoles, 23 de junio de 2010

Candelabros de leche



Siguiendo con las plantas suculentas y por contar algo anecdótico, les diré que, si hay algo que me apasiona de cuidar plantas es que es una afición, aunque exija demasiado tiempo, no es cara, sobre todo cuando puedes pedir un esqueje de aquí y otro de allí. Esto último hice con la planta de la que hoy les hablaré…
Siempre que visito a cierto amigo, me topo con la entrada acristalada de su vecina que, más que mediterránea, parece amazónica por la exuberancia de las plantas que la llenan (obviando los galápagos que chapotean en la pecera). Entre éstas destaca el imponente porte de una Euphorbia trigona de más de dos metros de altura. Cierto día, ni corto ni perezoso, llamé a la puerta y le pedí a su dueña un pequeño esqueje, que muy amablemente me cedió. Y con el ejemplar bajo el brazo, marché muy contento a casa. Lo mejor de todo es que sigue vivo, créanme…
El árbol de leche africano o Euphorbia trigona es un representante de la familia Euphorbiaceae, plantas que también presentan la suculencia como forma de vida ya que suelen desarrollarse en lugares secos y cálidos (ésta en concreto procede del sur de África). Es una planta que puede recordar a los cactus candelabro que tantas películas del Lejano Oeste han ambientado. Al ser una planta con fisiología CAM, son de crecimiento rápido cuando las condiciones son favorables, por lo que es de esperar que, recibiendo los cuidados oportunos crezca vivamente y alcance un tamaño considerable.
La Euphorbia trigona es una planta con tallos columnares provistos de tres costillas (si realizamos un corte transversal observaremos una sección triangular) sobre las que se disponen las hojas, sobre todo hacia la parte terminal. Los tallos, al igual que las hojas, son de color verde -en la época favorable, ya que en invierno adquieren tonos amarillentos e incluso rojizos (concretamente la variedad rubra, como se puede observar en la primera imagen) que le confieren más belleza si cabe-, por lo que también realizan funciones nutritivas. Las hojas son de hasta 5 cm de longitud, espatuladas y ligeramente acuminadas con un corto mugrón, que persisten durante todo el ciclo vegetativo anual. Tienen dos estípulas muy reducidas en la base y al igual que de un par de espinas de 0,5 cm de longitud y de color pardo que persisten y recorren las costillas del tallo cuando las hojas se pierden durante el invierno. Su floración es muy rara y sólo se produce ocasionalmente en individuos adultos.
Esta planta presenta numerosas ramificaciones que surgen de manera alterna sobre los tallos y presentan estrangulamientos en la zona de unión con el vástago primario y suelen alcanzar, generalmente, los 30 cm de longitud, a veces más. En conjunto, los individuos pueden alcanzar los 4 m de altura.
Como todas las especies de este género botánico es una planta laticífera, es decir, segrega un látex blanquecino que suele ser irritante, por lo que no conviene ponerlo en contacto con zonas delicadas, como las mucosas.
Un sustrato medio, con buen drenaje (ligeramente arenoso y con materia orgánica), una exposición soleada (orientación sur) y riegos frecuentes pero no abundantes, son los requerimientos ecológicos de esta especie.

martes, 8 de junio de 2010

Sempervirentes...




Llega el calor y con él las ganas de descansar, echarse a la bartola y dejar que la brisa de la tarde refresque la piel. Por mi parte todavía no he decidido que hacer con mi cuerpo serrano estas vacaciones de verano…, si a ustedes les pasa otro tanto les recomendaría que visitasen las Islas Canarias, uno de los paraísos más hermosos de nuestra geografía, y degustar bajo las faldas de los volcanes las papas con mojo picón, otra delicia que acompaña a la flora que las habita. Y de eso precisamente hablaré hoy, de plantas canarias…
Muchas veces, en la parte más soleada de nuestros balcones y terrazas no crece ni una mala yerba, por lo que nos vemos obligados a ubicar un pequeño desierto entre los tiestos y nos olvidamos de que existen plantas adaptadas a estos medios secos que reciben insolación constante. Entre estas (de las que hablaré las próximas semanas) destaca el género Aeonium, una planta que pertenece a la flora macaronésica y de la que las Islas Canarias cuentan con una treintena de especies (más o menos). También llamadas siemprevivas, punteras, bejeques o aeonios (del griego “aeonion” que significa “eterno”), pertenecen a la familia Crassulaceae, es decir, a las plantas suculentas o crasas, característica que las define aunque no es exclusiva de ellas, ya que también encontramos este tipo de carácter adaptativo en representantes de otras familias como por ejemplo las Cactaceae.
El género Aeonium es un nanofanerófito, es decir, plantas de tipo arbustivo que pueden alcanzar un metro de altura, que está provisto de un tallo, verde en la juventud y pajizo en la madurez, que se ramifica ligeramente y sobre el que se disponen, casi siempre apicalmente, rosetas de hojas. Las hojas, de lanceoladas a espatuladas-obovadas y acuminadas, son crasas, de color verde brillante, aunque en la zona más externa pueden presentar coloraciones purpúreas, rojizas o violáceas, en mayor o menor grado, cuando sufren fuerte insolación. Se encuentran provistas de tricomas o pilosidades blanquecinas en el margen.
Sus flores aparecen en la madurez y generalmente durante el invierno, dispuestas sobre una inflorescencia que parte de la prolongación de los tallos. Sobre la espiga de unos 15-20 cm de longitud, se sitúan las flores, pentámeras, de blancas a amarillas, que tras la fecundación originan unas cápsulas. Tras florecer, la rama entera suele morir.
Aunque su reproducción por semillas es algo difícil, existen cultivares híbridos de este género con ejemplares provistos de coloraciones bastante llamativas, muy comercializados en comercios especializados.
Se reproducen fácilmente por esqueje y son muy recomendadas para todo tipo de tiestos con dimensiones variadas, así como para rocallas. Requiere suelos ligeramente arenosos y drenados, además de un riego regular y exposición al sol. Aunque es resistente a pequeñas heladas, conviene resguardarla de las inclemencias invernales en lugares donde esta época sea dura.
Y tras tanta descripción, ¡me voy a disfrutar del sol!
Imágenes (de arriba hacia abajo): 1. Aeonium arboreum, 2. A. tabulaeforme, 3. A. arboreum var. atropurpureum

martes, 1 de junio de 2010

Un huerto en el balcón


Tengo una amiga muy aficionada a sembrar todo tipo de plantas hortícolas en su terraza. Que si habas, ajos, cebollas, perejil… No le teme a nada, ni tan siquiera a esos pocos metros cuadrados que forman su particular huerto (por cierto, muy bien orientado).
Debo decir que no es la única, ya que se trata de una práctica muy extendida últimamente entre los amantes de la ecología y el ecologismo (les recuerdo que no es lo mismo… Je, je, je, je), que se hacen la siguiente pregunta: ¿por qué no dar un uso práctico a esta extensión de la vivienda y de paso contribuir a otros procesos naturales?
Y ante esta realidad, mis modestas opiniones…
En primer lugar he de decir que, como proyecto didáctico o pedagógico hacia los más pequeños de la casa, me parece excelente. Todavía recuerdo un blog en el que su autora había desarrollado en mitad de la ciudad de Barcelona un huerto en altura para que sus hijos descubriesen los pormenores del cultivo de variedades hortícolas, los ciclos de siembra y recogida, así como la responsabilidad que conllevan las tareas agrícolas. Si además de ello podían degustar de uvas a peras una ensalada sin pesticidas, mejor todavía.
Como segundo punto, la estética. Excepto ciertos casos, las plantas hortícolas no son muy vistosas ya que poseen flores reducidas, son monocromas y presentan excesivo follaje. Aunque algunos vean un “handicap” en estas cualidades, podemos crear una terraza de hermosas vistas combinando algunas de estas plantas. El único punto a tener muy en cuenta es la temporada, por ejemplo en invierno sembrarla de coliflores, espinacas, acelgas, coles o zanahorias, como monocultivo o combinadas; en primavera nos decantaríamos por plantas aromáticas, habas, ajos o guisantes; durante el verano todas las solanáceas (tomates, pimientos y berenjenas) y cucurbitáceas (pepino y calabacín) son bienvenidas, y durante el otoño optaría por el descanso y letargo del lugar.
El tercer punto a tratar es el rendimiento de la labor. Por lo general los aficionados a esta técnica son muy partidarios de combinar todo tipo de plantas: este tiesto de ajos, aquel de tomates, este otro de pimientos, que si otro de habas y el de más allá de pepinos. Esto no es rentable ya que la producción es escasísima (tres ajos, una lechuga, dos pimientos y diez habas), además de ofrecer la vista de un balcón salvaje, sin orden, ni concierto. Yo soy partidario de aunar estética y rentabilidad de trabajo y de cultivos. Si plantásemos toda la extensión de nuestra terraza con tomates, además de contribuir a la belleza de la balconada, obtendríamos una producción aceptable y disfrutaríamos más de nuestro trabajo. Esto también favorecería el intercambio con otros vecinos y amigos que hayan optado por esta vía de disfrute y en cuyas terrazas estarían cultivándose calabacines o berenjenas, favoreciendo así el intercambio de productos.
Como cuarto punto, un tirón de orejas. No sé hasta qué punto crear un edén hortícola en nuestro balcón es ecológico. Cada planta, cada ser vivo, tiene unos requerimientos ecológicos específicos: condiciones del suelo, temperatura óptima, humedad atmosférica, riego, insolación diaria o fotoperiodo. Un balcón no es un lugar extenso, a menos que contemos con un ático de enormes dimensiones, por lo que las plantas ven limitado su crecimiento por diversos factores adversos a ellas: la cantidad de tierra que puede albergar un tiesto, la orientación o la insolación. Muchas veces esto supone abonados, riegos excesivos, crecimiento raquítico de los vástagos, floración escasa y generalmente, sufrimiento para las especies cultivadas. Por todo ello, a veces se hace preferible, acudir a un huerto ecológico o a una frutería de confianza para disfrutar de un tomate con sabor, a poner al límite de sus posibilidades a una pobre coliflor.