martes, 27 de abril de 2010

Elegancia




Una de las estampas más hermosas que tengo en la memoria es la de una alberca de La Alhambra en cuyo centro despuntaban los blancos espádices de un macizo de calas. Desde aquel día, entre estas plantas y un servidor se cerró un nudo firme y sólido, y siempre nos buscamos en los rincones sombreados y húmedos del camino…
El nombre científico de las calas, Zantedeschia aethiopica, hace referencia a su lugar de origen, el cuerno de África (Sudáfrica – Región del Cabo), uno de los centros de distribución de la familia Araceae, una de las más grandes dentro del grupo de las Monocotiledóneas, a la que pertenecen géneros autóctonos como Arum. Seguramente, de entre las 3200 especies con las que cuenta la familia, es el grupo de las calas o los lirios de agua, el más conocido, sobre todo si atendemos a las últimas tendencias en flor cortada, que han erigido a la inflorescencia de esta planta como una de las más elegantes y vistosas, asociada sobre todo a esa ola de minimalismo que ha invadido los hogares.
La cala se ha utilizado como planta ornamental en nuestras latitudes desde hace muchos años, sobre todo en la mitad sur peninsular y las zonas costeras de nuestra geografía, ya que es una planta que, además de preferir unos suelos ricos en materia orgánica, drenados y soportar el encharcamiento –es semiacuática-, necesita temperaturas suaves y un ligero grado de humedad en el ambiente para que crezca firme y exuberante.
La planta está constituida por unos órganos subterráneos rizomatosos (se considera un neófito estricto) que se siembran allá por finales del otoño, principios del invierno. Las hojas de la cala emergen a ras de suelo, en un número variables dependiendo de la añada (de 1 a 6 por individuo) en forma de roseta basal, enrolladas en la juventud que se despliegan en la madurez, con forma lanceolada-sagitada y borde ondulado, son de color verde intenso, lustrosas, glabras y poseen un peciolo largo que se continua en un nervio central muy marcado. A veces presentan máculas sobre la lámina foliar. Estas pueden alcanzar los 120-150 centímetros de longitud.
La floración tiene lugar de primavera hasta otoño, concentrándose en la primera mitad de este periodo. Las inflorescencias, de 2 a 3 por individuo, son ligeramente perfumadas y tienen forma de espádice. Cada una está constituida por una bráctea espatulada-cónica de color blanco cremoso (existen cultivares que van desde el carmín al rosa, pasando por el verde) llamada espata que rodea a un eje sobre el que están dispuestas las flores y que termina en una prolongación coloreada de amarillo a anaranjada que ejerce de señuelo para los agentes polinizadores, generalmente dípteros. Sobre este eje floral se disponen, en la mitad superior, las flores masculinas, y en la mitad inferior las flores femeninas. Tras la polinización (extraña cuanto ni menos…) produce frutos con forma de polidrupas, anaranjados también, que son difíciles de ver en nuestras latitudes, aunque es preferible cortar la inflorescencia antes de que esto ocurra ya que de ese modo se favorece el retoño al año siguiente.
Para terminar, unos apuntes curiosos. El nombre vulgar de esta planta procede del griego “kalos” que significa “bello”, significado que se recoge en el lenguaje de las flores junto con el de “elegancia” y “estabilidad” (no pregunten el por qué…). Finalizo diciendo que hay algo en esta planta, una mezcla entre soberbia, dulzura e indiferencia, que siempre logra turbarme…, lo peor de todo es que siempre nos topamos ella y yo, cuando el amor y la tristeza se fusionan en un solo abrazo.

Autor imagen: Antonio José Ortega Mata

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